Aunque los ideales cambian en cada época y cultura, es común asimilar la belleza a la bondad y la fealdad a la maldad, en la vida, y en especial en el arte (técnicamente, a eso se le conoce como reciprocidad simbólica entre lo somático y lo psíquico). Así, vemos en el románico como los demonios, pecadores y condenados al infierno suelen tener rasgos exagerados y grotescos, mientras que los personajes “positivos” resultan más armónicos y equilibrados en sus formas y gestos.
Esto tiene sus pegas, ya que resulta más fácil rechazar aquello que nos causa repulsión, ¿y cómo va a hacer así el demonio su trabajo? A finales del gótico el diablo tentador empieza a tener una forma bella, más práctica para sus intentos de manipulación.
Pero volvamos al románico. Si hay unos seres que encarnan la bondad, son los ángeles. Representan a Dios, son sus mensajeros, protegen y guían a los mortales.
En la portada de la iglesia de San Esteban de Sos del Rey Católico los encontramos como parte de numerosas escenas: en la Anunciación, guiando a la Sagrada Familia en la huida a Egipto… y en un buen puñado de dovelas cuya lectura aún se me escapa.
Pero además, entre las estatuas columna de la zona izquierda (del espectador), encontramos la figura solitaria de un ángel. Es una representación “estándar”: hombre joven, imberbe, bello, alado (atributo típico de los ángeles desde el siglo V), y descalzo (pueden volar, ¿para qué los zapatos?). Lleva un objeto en la mano que no me atrevo a identificar. No me parece ni la esfera celeste ni un incensario, que los objetos que he visto que llevan en otros ejemplos románicos. ¿Alguien se anima a aventurar lo que lleva?
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