…el monje Pelayo? En la portada románica de San Esteban, la estatua-columna del extremo derecho, es un monje/ermitaño muy fácil de reconocer, ¡y es que en el pecho lleva grabado su nombre! “Pelay”¿No sabes quién es? Te cuento.
Érase una vez, hace mucho tiempo (allá por el año 813), que en el precioso bosque de Libredón vivía un ermitaño llamado Pelayo. Tranquila y apaciblemente transcurría su existencia, hasta que una noche vio un misterioso resplandor en uno de los montículos del bosque. Pensó que podría haber sido su imaginación (o producto de algún fruto que había comido ese día), pero las luces se repitieron la siguiente noche, y la siguiente, y la siguiente… siempre en el mismo lugar.
¿Qué hacer? Decidió contar lo que ocurría al obispo Teodomiro, quien al principio también creyó que el ermitaño se había liado al elegir las bayas para el almuerzo (esto no lo dicen las crónicas, pero seguro que es lo que pensó). ¡Ver para creer! Ante la insistencia de Pelayo, el obispo –con su séquito, sólo por si acaso- le acompañó a su refugio y él mismo pudo ver las extrañas luces.
Se acercaron al montículo en cuestión y allí, entre la vegetación del bosque, descubrieron un sepulcro de piedra en el que reposaban tres cuerpos: el apóstol Santiago y dos de sus discípulos (Teodoro y Atanasio). Alguna versión de esta historia asegura que lo que encontraron fue un cuerpo decapitado con la cabeza bajo el brazo. Der ser así, seguro que fue “más sencillo” identificarlo con Santiago el Mayor.
El obispo comunicó el hallazgo al rey Alfonso II de Asturias, quien ordenó la construcción de una capilla en el lugar del descubrimiento. Y ya sabes cómo continúa la historia… empezaron a llegar cada vez más peregrinos, la capilla fue sustituida por una iglesia, siguieron llegando peregrinos, y en el año 1075 comenzó a construirse la catedral de Santiago de Compostela.
¡Feliz día de Santiago!
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